Yurena casi todos los días desayuna en el balconcito de su casa. Desde el horizonte de sucesos de su balcón, contempla siempre el despertar rutinario de las calles de su barrio accesibles a su mirada. Son solo dos callejas, somnolientas como ella, enmarcadas entre un cielo que comienza a desbordarse de luz y un bosque de pinos que comienza a iluminarse. La rutinaria e inmutable geografía de nuestras vidas.
Cuando vuelva esta tarde de su larga jornada laboral como cajera en el HiperDino. todo habrá comenzado a cambiar muy rápidamente. La noticia del día no solo ha llegado a su puesto de trabajo hace ya muchas horas, sino que además la noticia del día se ve, se hace escuchar, se huele, se siente.
La tierra se ha abierto en Cabeza de Vaca y un soplete telúrico derrama su sangre geológica sin ningún control. Las primeras gotas han alcanzado ya los primeros símbolos de civilización convirtiendo en piedra todo lo que toca. Nuestra especie con todas sus habilidades y herramientas solo puede correr o echarse a un lado, nadie puede hacer nada frente a este poder superior para detenerlo.
Yurena desde su balcón observa hipnótica el nacimiento volcánico. De noche transmite sensaciones distintas: asusta, empequeñece, pero también tiene ese tipo de belleza que te impide apartar la mirada. Desayuno tras desayuno, irá viendo crecer un cono volcánico, casi tan perfecto como el que dibujaría una niña.
En 85 desayunos la geografía real y la vital han sido drásticamente transformadas, topónimos que aparecen en el mapa ya no existen. Todo rastro humano ha sido volatilizado y enterrado bajo decenas de metros de una lava que, tras el hechizo de la noche, se ha transformado en una resaca descomunal del más amorfo de los materiales.
La frontera entre la civilización humana y la de los nuevos territorios salvajes es dramática. Lugares que ya no existen, desayunos que ya no se podrán tomar. Pueblos partidos en dos con un muro de Berlín que no se podrá derribar.
Yurena ya nunca más verá el bosque de pinos desde su balcón. Ahora una montaña de 200 metros domina la centralidad de su paisaje. Indiferente a todos, como sus jefes, solo les ha dejado que le pongan el nombre que quieran: Tajogaite.