Alnif
El manantial de trilobites

 ALNIF

La gente piensa que en los desiertos no hay nada. Se podría decir que es una tautología evidente: desierto igual a nada. Y en cierta manera es así, el espacio que ocupa hoy el Sahara estuvo antes lleno de montañas gigantes, agua, vida y casi cualquier magno paisaje que podamos imaginar. Muchas de esas imponentes montañas hace mucho tiempo que se transformaron en fino polvo a merced del viento. Grandes himalayas desmenuzados por el tiempo tan fácilmente como deshace un niño un castillo en la playa.

De todo aquello ya solo queda arena, piedras en un suelo descarnado y los últimos esqueletos de unas montañas que, si tuviesen alguna conciencia de sí mismas, se darían pena de lo que fueron y en lo que se han convertido.

Sin embargo. esta idea de cuarto vacío, de trastero del mundo lleno de polvo y cosas viejas esconde para el que quiera mirar lugares, gentes e historias prodigiosas como las que se cuentan en el oasis bereber de Alnif en los márgenes del océano de dunas.

Donde un ojo vago solo vería un páramo lleno cascotes, el señor Mohand,  geólogo local, nos hace ver que estamos caminando sobre un antiguo cauce fluvial. El rio ya no está -como el de Heraclito- pero nos ha dejado un reguero de recuerdos, cápsulas del pasado: trilobites.

A cada paso, sin demasiado esfuerzo, empezamos a encontrarnos decenas de ellos, en el último viaje post mortem que realizaron por aguas remotamente evaporadas. Los trilobites y sus aproximadamente 22.000 especies colonizaron el mundo durante la friolera de 270 millones de años. Los que reposan aquí vivieron hace 450 Ma, cuando la tierra firme tenía una atmósfera hostil e inhabitable.

Algunos de estos especímenes pudieron ser de los primeros exploradores que se adentraron tímidamente en esa nueva dimensión que era la tierra emergida, para volver corriendo a su confortable hogar en las aguas del Ordovícico.

En Alnif se han encontrado miles de trilobites, muchas de ellas nuevas especies. Algunas ha tenido el Sr. Mohand la obligación de bautizarlas. A veces, donde nosotros vemos una vulgar piedra, él -como un Miguel Ángel del cincel- sabe que tiene que liberar de su prisión de roca un nuevo espécimen. Y poco a poco, vuelve a la superficie con toda su magnificencia y detalle, el preciso y precioso fósil de alguien que vivió mucho antes que nosotros en este mismo lugar.

Solo le falta hablar, como a las obras de Miguel Ángel, para decirnos: “¡Qué cambiado está todo!” Mientras buscamos piedras en el vacío reflexionamos con el Sr. Mohand sobre lo poco que saben, en general,  las religiones sobre geología. Luego. nos tomaremos un café. 


  



Isfahán
La mitad del mundo