El mar de Banda es una enorme piscina de mil kilómetros de larga, quinientos de ancha y más de siete de profundidad. Aquí colisiona Asia con Oceanía y el Pacífico se desborda sobre el Índico. Lugar de vastedades oceánicas.
Visto en un mapa o desde el espacio, parece un lugar no apto para la vida terrestre. Hay que utilizar una buena lupa para encontrar un lugar con tierra firme. El diminuto archipiélago de Banda sobresale en este mar agitado y profundo. El cono simétrico del volcán Banda Api configura el centro neurálgico de estas islas. Sus modestos 640 metros sobre el nivel del mar son un espejismo de sus verdaderas dimensiones. El volcán se fue abriendo paso desde miles de metros más abajo y. cuando brotó en medio de la nada, posibilitó que los terrestres pudiéramos asentarnos. Este volcán a veces tan terrorífico lleva sin embargo en las venas algo que, pasada su furia, engrandece la vida. Su última modesta erupción en 1988 destruyó buena parte del arrecife costero. Unos pocos años más tarde los arrecifes de coral crecían a hipervelocidad, como alimentados por una pócima secreta.
Aquí en estas tierras de alquimia impredecible vino a la vida un árbol singular cuyos frutos eran oro: el árbol de la nuez moscada. El árbol por el que todo el mundo quería llegar a estas islas perdidas en la inmensidad de las aguas. De no haber sido por este árbol y sus codiciados frutos estas islas seguirían pasando desapercibidas.
Sus habitantes pasaron muchos siglos cultivando la nuez moscada y comerciando tranquilamente con quien por allí se acercaba.
Los bandaneses viven en un mundo de color. La exuberancia tropical ofrece toda la paleta imaginable de verdes. El mar contiene todos los azules posibles. El cielo, las nubes, el sol y la luna completan el código Pantone. Y por si falta algún color, encapsulados en las criaturas marinas están todos los posibles, imposibles e invisibles.
Los bandaneses no podían imaginar que casi en sus antípodas, en un páramo yermo, frío y cromáticamente monótono cuya contemplación les hubiese dejado pasmados, unas gentes con otra ética y costumbres estaban hablando de quedarse con sus islas de colores. La verdad es que nadie por allá había oído hablar de Tordesillas. ¡Qué necesidad!
El caso es que, al final, portugueses, castellanos, británicos y holandeses llegaron con nuevas formas de hacer negocios que básicamente se fundamentaban en acojonar y rapiñar. Los holandeses, en el siglo XVII, con el fin de mejorar la productividad, afinaron el sistema y viendo que la población local no acababa de interiorizar las ventajas del monopolio holandés, decidieron implementar el primer genocidio documentado de la Edad Moderna. Las y los bandaneses fueron diezmados. Los que no encontraron la muerte en sus propias islas fueron esclavizados o tuvieron que esconderse en las montañas o huir por mar donde la mayoría pereció en el intento. Unos pocos llegaron a las islas Kai en los confines del mar de Banda. Solo allí se habla ya bandanés. Muy lejos de su volcán y de su árbol.